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colaboraciones litararias Mayo 2018 III LaVOZdeLasAulas
Ángeles en el paraiso Pedro Jiménez
stá amaneciendo, me dirijo con-
duciendo al funeral de tía Clara,
Ehace fresco y empiezan a caer
gotas débiles sobre la luna del coche.
Enciendo la calefacción para caldear-
lo; tengo por delante algo más de dos
horas de viaje hasta llegar al pueblo.
Conecto la radio; se oye un boletín in-
formativo, cambio de emisora suena
Nessum Dorma; subo el volumen y de-
cido disfrutarla.
Mí mirada está fija en la carretera, inte-
rrumpida cada varios segundos por el
limpiaparabrisas; comienzo a divagar,
aparece el recuerdo de la primera vez
que fui al pueblo a conocer a tía Clara.
Fue un mes de julio, recién comen-
zaban mis vacaciones de verano; yo
rondaría los 8 años; recuerdo llegar
al pueblo, bajar del auto y dirigirnos a
casa de la tía, me decían mis padres. Al
entrar en aquella casa, había una ante-
sala que ejercía de recibidor, me llamó
la atención un mueble lleno de muñe-
cas antiguas, algunas con el pelo ya No quería quedarme allí, en ese lugar minaba como si un rayo de luz la enfo-
crespo del tiempo que allí llevarían; en y menos con la tía Clara, una gran des- case, igual que la cara de los ángeles
el centro, una mesa camilla cubierta conocida para mí. Ella amablemente en el paraíso que había en su pasillo.
por un mantel de ganchillo hecho por me sonrió.
la tía. A continuación, un largo pasillo He llegado a mi destino, ya en el pue-
con estancias a ambos lados, en las Tras unos días, empezaba a sentirme blo, decido aparcar y caminar hasta
paredes colgaban cuadros de ángeles cómodo. Recuerdo como, cada maña- llegar a la iglesia. Durante el trayecto
en el paraíso iluminados por rayos de na, me acercaba al horno de Daniel a vuelve a evocarse en mí el recuerdo
luz. Al final del pasillo, allí estaba espe- por el pan, ¡cómo me gustaba percibir de aquel verano tan especial junto a
rando para recibirnos. ese olor a pan recién hecho! Y, sobre la tía. Un olor a pan recién hecho me
todo, ¡Lo rico que sabían sus guisos de avisa de que el horno de Daniel está a
Tía Clara era viuda, no tenía hijos, era pueblo, qué sabores!. Por las tardes, escasos metros, más allá diviso un ró-
la mayor de los hermanos. 20 años de después de la siesta obligada, era el tulo rojo donde se puede leer Kiosco
diferencia le llevaba a mamá, pero me tiempo para el ocio: mientras yo hacía Manolo. Todo sigue igual. Al paso por
parecía muy mayor. Dirigió su mirada mis acuarelas, ella cosía ropa para sus el jardín de la plaza allí siguen esas flo-
hacia mí, sus ojos eran azul intenso que muñecas y alguna colcha de ganchillo. res que yo robaba para ella; me quedo
contrastaban con su vestimenta sobria Aún puedo saborear esas meriendas ausente unos segundos observándo-
y oscura, lo primero que oí de ella fue de pan con chocolate a dos sabores. las y decido arrancar una flor.
–“¡Cómo te pareces a tu madre!”. Me
besó; aún puedo sentir el tacto de sus Los domingos, después de misa de El funeral ha acabado, nos dirigimos al
mejillas arrugadas. Se arregló el pelo, doce, me obsequiaba con 10 pesetas. cementerio. Poco a poco y tras un rato,
echando hacia atrás unos mechones Acudía con ellas al kiosco de Manolo vamos quedando a solas tía Clara y yo.
sueltos; su peinado era igual de sobrio con ansia, porque no sabía qué elegir, o Con la flor robada aún en la mano, la
que la vestimenta, retirado hacia atrás, una bolsa de pipas o un helado de na- beso; sus pétalos me recuerdan a aque-
acabado en un moño bajo. ranja; solo me daba para una de las dos llas mejillas arrugadas. La dejo caer so-
cosas y había que elegir. Alguna vez, y bre su lápida, despidiéndome de ella y
La voz de mi madre interrumpía el con cuidado de que no me viesen, de agradeciéndole aquel verano. Camino
momento: –“te quedaras con tía Clara la plaza donde jugaba con otros niños, unos metros, me giro y veo su rostro
unos días ¡Pórtate bien y obedece en arrancaba una flor. Cuando llegaba a sonriéndome e iluminado con la misma
todo!”. casa y se la entregaba, su rostro se ilu- luz de aquellos ángeles en el paraíso.
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